Vivimos en una sociedad profundamente sexualizada, donde el cuerpo femenino se ha convertido en un objeto de consumo desde edades cada vez más tempranas. No hablamos ya solo de publicidad, redes sociales o medios, sino de un fenómeno mucho más preocupante: la normalización de la hipersexualización de niñas y adolescentes, y cómo esto afecta la manera en que los jóvenes se relacionan con la sexualidad.
Cosificación: cuando dejas de ser persona para convertirte en objeto
La cosificación consiste en reducir a una persona a su cuerpo, a su apariencia, a su valor sexual. Las mujeres lo viven desde la infancia. Se nos enseña —a través de juguetes, dibujos, anuncios, estereotipos— que nuestro valor está ligado a cómo nos ven los demás, especialmente los hombres. Ser atractiva, ser “deseable”, se convierte en una expectativa silenciosa pero omnipresente.
Esta mirada externa se instala tan dentro que muchas niñas comienzan a verse desde fuera: como si fueran un producto que debe gustar, encajar, seducir.
La infancia ya no es un refugio
Cada vez más niñas y adolescentes reproducen modelos estéticos y actitudes propias del mundo adulto. La ropa, las poses en redes sociales, los filtros, maquillaje, los bailes sexualizados… todo alimenta una construcción de la identidad donde la validación viene del deseo ajeno. El rol de objeto de placer y no sujeto de placer.
El problema no está en que una niña quiera expresarse, sino en que está aprendiendo desde muy pronto que su cuerpo es una herramienta para obtener atención, aceptación y afecto.
El porno como escuela de sexualidad
Muchos adolescentes, al no tener una educación sexual real, aprenden sobre sexo a través del porno, un contenido pensado no para educar ni para mostrar relaciones reales, sino para excitar a toda costa con estímulos para los que en sus cerebros, aún en desarrollo, tendrá consecuencias. ¿Qué aprenden ahí?
- Que el deseo femenino no importa (o se finge)
- Que el consentimiento es innecesario
- Que el cuerpo femenino está para ser usado, dominado o incluso humillado
- Que la masculinidad se mide en rendimiento sexual, no en conexión o afecto.
Los chicos suelen ver porno para excitarse, y luego quieren reproducir esos patrones con sus parejas. Las chicas, en cambio, lo consumen buscando entender cómo deben ser las relaciones sexuales, lo cual refuerza su papel pasivo, complaciente y muchas veces doloroso. Esta dinámica es profundamente dañina, tanto para la salud física (al generar prácticas de riesgo sin protección ni consentimiento real) como para la salud mental, al fomentar relaciones desiguales, culpabilización, presión, baja autoestima, ansiedad y disociación del propio deseo.
El resultado: una sexualidad deshumanizada, desconectada del vínculo, del respeto, del afecto y del cuerpo real. Una sexualidad que, además, presiona a las chicas a cumplir con esas expectativas, y a los chicos a ejercer un rol dominante. Incluso muchas chicas son víctimas de violencia sexual sin ser siquiera conscientes de ello. Cada vez se dan más casos en los que han iniciado una relación voluntariamente, pero de repente, el chico comienza a forzarles a hacer actos que ellas no desean, y del miedo muchas se quedan paralizadas (esto no es consentimiento). Lo peor: en la mayoría de los casos no son capaces de verbalizarlo y quienes consiguen verbalizar haber sido víctimas de violencia sexual generalmente no denuncian.
Relaciones prematuras, vacías, muchas veces dañinas
Cada vez se inician antes las relaciones sexuales, pero eso no significa que se vivan con madurez o conciencia. Muchos adolescentes están repitiendo escenas sin comprender el sentido profundo de lo que están haciendo. Las consecuencias no son solo físicas (embarazos no deseados, infecciones, etc.), sino emocionales: culpa, vacío, presión, ansiedad, disociación del propio deseo.
Y en todo esto, muchas chicas no saben que pueden decir “no”, que su deseo importa, que no tienen que parecerse a lo que ven en la pantalla para ser queridas. Muchos chicos tampoco saben que el placer no es solo hacer cosas, sino sentir, escuchar, respetar, cuidar.
Educar para amar y no para complacer
Es urgente hablar con nuestros hijos e hijas sobre sexo, pero también sobre amor, cuerpo, placer, consentimiento, respeto, deseo, autoestima, vulnerabilidad. La educación sexual no es solo explicar cómo se pone un preservativo. Es enseñar a relacionarse desde la humanidad y no desde la dominación.
No, no es normal. Y sí, podemos cambiarlo
Que esto sea común no lo hace normal. La cosificación y la hipersexualización hacen daño. Nos roban la posibilidad de construir relaciones libres, sanas y plenas. Como madres, padres, docentes, profesionales, tenemos la responsabilidad de mirar de frente esta realidad, hablar, acompañar y educar desde otra mirada.
Una mirada que devuelva al cuerpo su dignidad, a las relaciones su profundidad, y a la infancia el tiempo que merece.
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